¡Hola, hola! Qué ilusión me hace daros la bienvenida a mi nuevo blog. Era una tarea que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo… y por fin me he puesto las pilas. Últimamente las redes sociales (y sobre todo Instagram) son las vías más rápidas para que los fotógrafos podamos mostraros nuestro trabajo, pero la realidad es que a veces se nos queda un poco corto, así que el blog me va a venir genial para exponer trabajos completos, bodas reales, shootings con marcas, sesiones de retrato, familiares, viajes personales o lo que me vaya pidiendo. No quiero acotarlo a ninguna temática en concreto, quiero que sea una ventana más hacia vosotros para que conozcáis un poco más de mí y de mis trabajos.
En esta nueva web tan bonita que me han hecho he publicado solo una pequeñísima parte del material que tengo guardado en un montón de discos duros, así que me voy a esforzar (y digo esforzar porque la verdad es que esto del blog y las RRSS me dan una pereza horriiiible…) en publicar no solo los últimos trabajos que vaya haciendo, sino también un montón de cositas antiguas que tengo metidas en un cajón y que también me hace ilusión que vean (o “revean”) la luz.
Me da pereza ponerme pero cuando me pongo… ¡vaya chapa que os meto! Jejeje. Sin más dilación, para dar por inaugurado el blog y como este post es más de presentación que de otra cosa, voy a publicar una sesión personal, una escapada que hice hace poco a Las Tablas de Daimiel, un sitio increíble que, si no lo conocéis, ya estáis tardando en visitar. Se encuentra en Daimiel (sí, me he ganado un pin, lo sé :), provincia de Ciudad Real. Lo suyo es verlo cuando hay agua, nosotros lo encontramos un poco secuzo, pero qué queréis que os diga, para mí los secarrales tienen mucho encanto también (¡y eso que soy del norte!).
Aquí tenéis un pequeño resumen. ¡Un abrazo y espero veros por mucho por aquí!